Tejiendo hilos por los refugiados de Nigeria
Entre telas, hilos y máquinas de coser, un sastre está cambiando la vida de muchos refugiados de Nigeria.
Estamos en el campamento de refugiados de Daresalam, en la región del Lago Chad, donde Jonathan sueña con su vida pasada y recuerda cómo se vio obligado a abandonarla.
"Éramos 22 sastres en Gamboru Ngala, un pequeño pueblo situado en la frontera de Camerún y Nigeria. Teníamos una reputación por la calidad de la ropa que hacíamos y éramos respetados en la comunidad. Y de pronto, un día, todo cambió. Una mañana, nuestros nombres aparecieron en un folleto que había circulado por toda la ciudad. En él se decía que la ropa de mujer que hacíamos era demasiado corta. El texto estaba firmado por Boko Haram. Temíamos por nuestra seguridad y, en el año 2012, nos vimos obligados a huir a Baga, donde me quedé hasta el día del ataque".
Este sastre y profesor de costura tuvo que salir de Baga el 3 de enero de 2015, después de que Boko Haram atacara la ciudad. Desde allí cruzó la frontera y pidió refugio en Chad. Ahora comparte su conocimiento y enseña costura a los jóvenes del campamento de refugiados. Me cuenta que es lo mínimo que puede hacer. La costura puede convertirse en una habilidad esencial para que estos jóvenes se ganen la vida.
Demasiado a menudo olvidamos que los primeros trabajadores humanitarios son los propios miembros de la comunidad, personas como Jonathan. En una emergencia, ellos siempre están en primera línea porque conocen a la gente, hablan su idioma y pueden compartir sus conocimientos.
Jóvenes refugiados de Nigeria aprenden y comparten
Jonathan ofrece talleres de costura en uno de nuestros espacios amigos de la infancia, donde cientos de adolescentes vienen a disfrutar de actividades recreativas y de aprendizaje, entre las que se incluyen clases de arte y partidos de fútbol.
Bajo una gran tienda de campaña, un grupo de chicas se sientan en círculo alrededor de las máquinas de coser y cortan diferentes piezas de tela. El repiqueteo de los pedales interrumpiendo sus conversaciones y los tejidos multicolor esparcidos por el suelo animan el ambiente.
Observo cómo Jonathan lidera la clase y echa una mano a aquellos que necesitan ayuda. Sus alumnas se ríen y charlan, pero siguen concentradas en sus tareas. Una de ellas, Maimouna, viene y me pregunta qué estoy haciendo ahí. Bromeo con ella y le digo que he venido a aprender costura con ellas. "Somos como hermanas y eres bienvenida", dice sonriendo.
Pensando en su futuro y el de Nigeria
Las clases de Jonathan ofrecen habilidades muy valiosas y también suponen un respiro de las dificultades que les ha tocado vivir. Por un momento el espacio se convierte en un lugar donde es posible pensar en el futuro.
"La mayoría de las chicas quieren aprender algo nuevo. Ya daba clases a adultos cuanto estaba en Camerún y Nigeria. Esta es una oportunidad para compartir mi experiencia con mis 'niños'. Me ayudan a olvidar todos los problemas. Además, aquí no me siento amenazado por hacer mi trabajo", dice Jonathan.
"Cuando venimos aquí, dejamos a un lado nuestros problemas y tratamos de centrarnos en lo que hacemos. Podemos ofrecer la ropa que hacemos a nuestros familiares y nos divertimos haciéndola", explica Maimouna mientras corta tela amarilla. "Estos pantalones son para mi hermano pequeño y este vestido es un regalo para un vecino que se va a casar dentro de poco".
Jonathan confía en que están confeccionando piezas duraderas. "Hasta ahora he formado a 12 jóvenes: 11 chicas y 1 chico. La costura es una buena forma para conseguir que olviden todo lo que han vivido y los ayuda a pensar en su futuro. ¿Quién sabe? A lo mejor un día se convierten en grandes diseñadores de moda. He escuchado que hay refugiados compitiendo en las Olimpiadas. Yo creo en estos jóvenes. Lo que importa es su voluntad".
1 de cada 4 niños en el mundo vive en situación de emergencia
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