Samba e Ismael, dos historias unidas por un balón de fútbol
Son muy diferentes, pero tienen mucho en común. Como ellos, más de 11.000 niños migrantes viven en España sin su familia bajo la tutela del Estado.
11/12/2018
Samba* e Ismael* se conocieron en uno de los centros de protección de menores de Ceuta hace algo más de un año. Samba nació en Guinea Conakry, es huérfano y el mayor de tres hermanos. Ismael es marroquí, su padre es taxista y pertenece a una numerosa familia de siete hermanos. Probablemente sus vidas nunca se habrían cruzado si ambos no hubieran decidido dejar su país en busca de un futuro mejor.
Samba es uno de los 2.300 niños que llegaron a España en patera en 2017. Cuando sus padres fallecieron, su madrastra se hizo cargo de él y de sus dos hermanos gemelos. La situación económica era bastante precaria y Samba tuvo que dejar de ir al colegio de forma regular. Tampoco podía jugar al fútbol tanto como le gustaba, porque dependía de los trabajos que le ofrecían de vez en cuando. Por eso decidió marcharse “a la aventura”. En su viaje migratorio atravesó Malí, Argelia y Marruecos hasta llegar a Ceuta.
Ismael llegó a España en 2014 y lleva más de tres años en el centro de protección. Es de Castillejos, una ciudad marroquí situada a apenas dos kilómetros de la frontera de Ceuta. Allí vivía con sus padres y cuatro de sus siete hermanos. Llegó a Ceuta con pasaporte y con un amigo, dispuesto a seguir los pasos de sus dos hermanos mayores que viven y trabajan en nuestro país. El número de niños procedentes de Marruecos que llegan a España no ha dejado de crecer en los últimos años.
El fútbol es mucho más que un deporte: sentirse queridos
Cuando llegamos al centro de protección, casi todos hablaban del campeonato de fútbol que tendría lugar ese fin de semana. Un torneo solidario cuyo objetivo era recoger material escolar para los niños de familias de Ceuta que no tienen recursos. Este era el tercer año que el centro de menores participaba en la competición, en esta ocasión con dos equipos formados por niños procedentes, en su mayoría, de África Subsahariana y Marruecos.
“Participar en el torneo les hace sentirse bien. Es una forma de sentirse parte de esta sociedad”, nos comenta el director del centro de menores. La mayoría de los niños juegan al fútbol. Es el deporte estrella, tanto en el patio como fuera de él. “Ten en cuenta que se puede practicar con muy pocos recursos. Solo hace falta un balón, así que la mayoría de los chicos que llegan lo han practicado mucho en su país de origen y se les da muy bien”, señala.
Pero, para los niños del centro, el fútbol es mucho más que un deporte. La mayoría no se conforma con jugar en el patio, quieren hacerlo en algún equipo. De los más de 200 niños que están tutelados en el centro, 30 juegan de manera profesional en diferentes categorías en los clubs de la ciudad. “Es una forma de sentirse queridos. De que la gente les acepte. Sus compañeros les tratan como a iguales. Les aplauden cuando meten un gol, y eso les hace sentirse bien”, nos explica el director de la entidad.
Fomentar valores como la tolerancia y la solidaridad
En UNICEF trabajamos el deporte como un lenguaje universal que tiene la capacidad de superar diferencias y fomentar valores como el trabajo en equipo, la tolerancia y la solidaridad. En muchos países en desarrollo, se usa como una herramienta de integración y para ayudar a los niños que han vivido en conflicto a superar traumas y a que canalicen el dolor, el temor y la pérdida.
Los niños y jóvenes que viven en los centros de protección también han sufrido traumas, se encuentran separados de sus familias, fuera de sus hogares, y muchas veces se enfrentan a la falta de comprensión y a la discriminación social. Y no es de extrañar que el deporte se haya convertido de manera natural en una herramienta de trabajo y en un elemento diferenciador. “Los niños que hacen deporte son más responsables, trabajan mejor en equipo y están más integrados”, nos confirma el director del centro.
Es el caso de nuestros protagonistas, Samba e Ismael. Samba juega al fútbol en el Sporting de Ceuta e Ismael practica atletismo. Ambos tienen 17 años y destacan en el grupo por su actitud positiva y conciliadora. Samba ayuda a los trabajadores del centro cuando llega algún chico nuevo, haciendo las veces de traductor. A Ismael le gusta sentirse útil, es voluntario de Cruz Roja, donde trabaja acompañando a ancianos y personas con discapacidad en su tiempo libre.
Los derechos de los niños emigran con ellos
La pasión por el fútbol de Samba se hizo patente desde su llegada. “Quiero fútbol, quiero fútbol”, le decía al director, cuando apenas conocía unas pocas palabras de castellano. Cuando jugaba en Guinea, siempre pensó que algún día se dedicaría a ello de manera profesional. Sus ganas de llegar a Europa tienen mucho que ver con esa gran afición. “Me gustaría ser como Messi o como Ronaldo. Quiero jugar con los grandes equipos”, nos dice cuando hablamos sobre sus sueños. Pero no deja de pensar en su familia. “Mi familia estará siempre a mi lado en España. Les llamaré todos los días, hasta que estén conmigo”.
Para Ismael, el fútbol es solo un hobby. Lo suyo es la cocina. Ha hecho un curso de hostelería y le gustaría dedicarse a ello. Su sueño es poder vivir de su trabajo, comprarse un coche, una casa, tener una familia... “Abandoné mi hogar porque somos muchos en casa. Nuestros padres no pueden mantenernos a todos. Mi madre no trabaja solo mi padre que es taxista”, nos cuenta. Sus ídolos son mucho más cercanos, pero igual de importantes. Quiere seguir los pasos de su hermano mayor, que vive en el País Vasco. Él es quien le ha ayudado a venir a España y quien le aconseja sobre qué hacer y qué camino seguir.
Ismael y Samba son muy diferentes, también tienen mucho en común. Como ellos, más de 11.000 niños migrantes viven en España sin su familia bajo la tutela del Estado. No podemos olvidar que ante todo, y sobre todo, son niños. Debemos protegerlos, blindar sus derechos ante cualquier violación, ante cualquier abuso. Y esa labor es parte del Estado a quien desde UNICEF pedimos más recursos, más formación, y una respuesta conjunta y coordinada en todo el país. Porque los derechos de los niños no se quedan en la frontera, cuando pasan de un país a otro, los derechos emigran con ellos.
Pero también, nosotros, como sociedad receptora de esos niños, somos parte activa en este desafío. Debemos ser capaces de acoger, de cuidar, de integrar. Dicen que es en los momentos complicados cuando se pone a prueba la grandeza de una persona o de un país. Y la grandeza, en este caso, implica que seamos capaces de ponernos en sus zapatos. Aunque, para ello, primero tengamos que quitarnos los nuestros. Solo en ese momento podremos empezar a entender. Podremos acercarnos, un poco, a sentir lo que ellos sienten, a entender por qué vienen y qué necesitan. Y entender es el primer paso para acoger, para cuidar, para integrar.
*Nombres ficticios para proteger su identidad
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