El infierno de Sabba: un padre violento y un casamiento a los 14
En el Día Internacional del Migrante, te contamos la historia de Sabba, que salió de Marruecos huyendo de los malos tratos en su casa y de un casamiento que nunca se debería haber celebrado.
18/12/2018
Todavía le duele la cabeza. Tuvieron que darle 6 puntos. Apenas tenía 11 años cuando su padre la golpeó con una piedra. No iba dirigida a ella, sino a su madre, pero ella se interpuso en el camino. Quería defenderla, ayudarla. Todavía quiere. Su madre es uno de los motores que la impulsa a seguir adelante. La echa de menos cada día y solo piensa en conseguir ‘los papeles’ para ir a verla.
"Mi mayor miedo cuando iba al colegio era volver a casa y encontrar a mi madre muerta, tendida en el suelo", comenta Sabba*, esforzándose por mantener la mirada al frente mientras relata su historia, como queriendo ocultar el dolor que siente al recordar. La belleza de sus ojos contrasta con la tristeza de su mirada, aun cuando sonríe.
Nos recibe en el patio de uno de los centros de menores de la ciudad del sur de España donde vive desde hace casi un año. Ahora tiene 17 años, lleva el pelo suelto, rizado, aunque lo sujeta en la frente con un pañuelo negro a modo de diadema. Viste como cualquier chica europea de su edad. El patio está tranquilo a esas horas, pero el conserje nos pide que no nos entretengamos mucho porque a veces se monta jaleo. "Viene gente, tiran piedras, insultan, arman bronca", nos comenta.
Racismo y discriminación contra los niños migrantes
En el barrio donde está el centro de protección de menores, no se ve con buenos ojos la llegada de los niños y niñas migrantes. El personal habla de racismo y discriminación. "En el momento en el que hay algún altercado, la culpa siempre recae sobre los MENAS (Menores Extranjeros No Acompañados) aunque no sean ellos", nos comenta otro de los trabajadores del centro.
Sabba no dice nada, solo escucha y continúa su relato. Entonces nos dice que decidió casarse para liberarse de la pesadilla que vivía en su casa. Tenía 14 años y su marido 27. No lo conocía apenas. Era familiar de su abuela y parecía una buena persona. Fue un acuerdo verbal, como tantos otros que se realizan en Marruecos, su país natal. A pesar de que el matrimonio antes de los 18 años está prohibido por ley en el país alauita, todavía muchas niñas se casan forzadas a temprana edad.
"Al principio era bueno, antes de casarnos. Luego comenzó a tratarme mal. Me pedía cosas asquerosas que yo no quería hacer, y me forzaba. Era peor que cuando vivía con mis padres", nos dice. El matrimonio duró un mes y Sabba volvió al hogar familiar. Volvieron las peleas. Eran casi diarias. Su padre volvía bebido a casa y pegaba a su madre ante su impotencia. "Recuerdo sus brazos llenos de cicatrices, porque muchas veces usaba el cuchillo para atacarla", comenta.
Sabba mira al horizonte desde una playa del sur de España.
Niños migrantes: huir para sobrevivir
No podía seguir así. No quería esa vida, ni para ella ni para su madre. Tenía que reunir dinero para irse a España. Esa era la única salida. Sabía que allí estaría bien y podría ayudar a su madre. Comenzó a ganarse la vida como pudo, recurriendo a diferentes estrategias para salir adelante. Algunas experiencias fueron muy duras. Poco a poco fue reuniendo el dinero que necesitaba y puso rumbo a España. Hubo gente que la engañó, que se aprovechó de su situación, pero finalmente llegó.
Sabba es una de los más de 11.000 niños y niñas migrantes que viven solos en España, bajo la tutela del Estado. Son los llamados MENAS. "Es un término jurídico, que se usa de manera despectiva. Desde UNICEF tratamos de evitarlo porque creemos que alimenta la cosificación de estos niños y da pie a que sufran discriminaciones", comenta Sara Collantes, experta en migraciones de UNICEF España.
La mayoría de los niños que llegan desde Marruecos son varones, pero en los últimos 5 años está aumentando la migración de las niñas, según nos explican. Todos tienen una historia detrás. Todos huyen de algo. Dejan su hogar, su país, por desesperación, porque no ven otra salida, por pura supervivencia. Resuena en mi cabeza la frase del poema Hogar, del poeta anglo-somalí Warsan Shire, "nadie deja su hogar salvo que sea la boca de un tiburón".
Desde que Sabba llegó a España todo comenzó a mejorar. Empezó con sus clases de español, hizo un curso de Formación Profesional y hasta consiguió unas prácticas de oficina en una empresa. En el centro de protección todos la quieren. Le gusta cocinar y ayuda en la cocina siempre que puede. Paula*, la cocinera, habla de ella como si fuera una hija. "Siempre me ayuda, es muy servicial, muy buena niña. Para ella soy casi como una madre. Cuando vino su novio a verla, quiso que yo lo conociera".
Sabba ayuda a preparar la comida en el centro de menores en el que vive.
Y sí, Sabba tiene novio. Tarda en nombrarlo, no lo hace casi hasta que llega al final de nuestro encuentro, como si quisiera apartarlo, mantenerlo al margen de su vida pasada. Solo cuando habla de él, su rostro se ilumina, sonríe, y la tristeza desaparece como por arte de magia. Vive en España y quiere casarse con ella. "Me quiere mucho. Es muy bueno. Le conocí en Marruecos, antes de empezar mi viaje". Entonces miro su mano y veo una alianza. También lleva una pulsera con la inscripción ‘La vida es bella’ en letras negras sobre fondo plateado. Y la admiro por su coraje. Y pienso que hay heridas y dolores, como el de la cabeza de Sabba, que no se curan con pastillas. Hace falta tiempo. Hace falta amor. Hace falta confiar.
Dentro de poco cumplirá los 18 años y podrá casarse cuando ella lo decida. Algún día, cuando reúna el dinero suficiente, le gustaría reformar la casa de su madre, es lo primero que quiere hacer. Mientras tanto seguirá bajo la tutela del Estado, porque es una niña y necesita protección.
30 millones de niños han huido de sus hogares
En el mundo hay 30 millones de niños y niñas que han huido de sus hogares, de su país. Algunos lo hacen en familia, arropados, pero otros lo hacen solos y cada vez a edades más tempranas. En España el fenómeno de los niños y niñas que llegan solos a la frontera no ha dejado de crecer. Huyen de la violencia, de la pobreza o de ambas cosas a la vez. Vienen a ‘buscarse la vida’, oportunidades de estudiar y trabajar, porque no tienen otra opción.
No podemos olvidar que ante todo, y sobre todo, son niños. Debemos protegerlos, blindar sus derechos ante cualquier violación, ante cualquier abuso. Y esa labor es parte del Estado, a quien desde UNICEF pedimos más recursos, más formación y una respuesta conjunta y coordinada en todo el país.
Porque los derechos de los niños no se quedan en la frontera cuando pasan de un país a otro, sus derechos emigran con ellos y les acompañarán hasta que cumplan la mayoría de edad.
Pero también, nosotros, como sociedad receptora de esos niños, somos parte activa en este reto. Debemos ser capaces de acoger, de cuidar, de integrar. Dicen que es en los momentos complicados cuando se pone a prueba la grandeza de una persona, o de un país. Y la grandeza, en este caso, implica ser capaces de ponernos en sus zapatos. Aunque para ello, primero tengamos que quitarnos los nuestros. Y solo en ese momento, podremos empezar a entender. Podremos acercarnos, un poco, a sentir lo que ellos sienten, a entender porque vienen y qué necesitan. Y entender es el primer paso para aceptar, para acoger, para integrar.
*Nombre ficticio para proteger su identidad