COP25: lo mejor y lo peor según los jóvenes activistas
Pablo Morente y María Laín nos cuentan cómo han vivido la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático celebrada en Madrid del 2 al 13 de diciembre.
14/12/2019
La COP25 para Pablo Morente: un amargo sabor de boca
Lo primero que te asombra el primer día que entras en IFEMA-Feria de Madrid es lo insostenible que es la cumbre. ¿Cómo puede ser que el evento donde supuestamente acuden los más sensibilizados en materia climática sea tan contaminante? Pequeños detalles como regalar bolsas de tela, botellas de agua y alguna papelera para reciclar no eran suficientes para ocultar espacios enormes con alto gasto de energía en iluminación, exceso de materiales plásticos… por no hablar de la presencia de compañías de comida rápida.
Me resulto chocante la poca representatividad de los colectivos juveniles que están luchando en las calles contra la emergencia climática, así como otros colectivos, pueblos originarios, mujeres, etc. Es cierto que había presencia de jóvenes, pero era gracias a que otras ONG, o incluso Estados, habían cedido algunas plazas para que pudieran estar. Por ello, es de agradecer a UNICEF que no solo haya permitido la representación sino que además posibilitase un discurso juvenil en la COP.
Aludimos claramente a los Gobiernos, haciendo especial mención al mensaje que transmitimos las jóvenes presentes en la mesa redonda con ministros y ministras. Queremos una participación real y efectiva en las instituciones, con un mensaje claro al Ministerio de Transición Ecológica de España.
Queremos resaltar en especial que no podemos seguir hablando de “Viernes por el futuro”; tenemos que hablar de “Viernes por el presente”, pues es notoria y alarmante la cantidad de pueblos y personas que ya están afectados por el cambio climático. Por ello, es fundamental la Declaración impulsada por UNICEF que alerta sobre uno de los colectivos que más va a sufrir las consecuencias del cambio climático: los niños y niñas de todo el planeta.
No podemos olvidarnos de que España ocupa el puesto 35 en la clasificación del Índice de Actuación frente al Cambio Climático 2019 (CCPI, por sus siglas en inglés), con calificación de “muy deficiente” a la hora de implementar el Acuerdo de París. Algo estamos haciendo muy mal. Según las indicaciones del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), nos queda poco más de una década para tomar medidas eficaces. Ante la evidencia de estancamiento de las sucesivas cumbres mundiales, ¿queda otra alternativa que inundar las calles cada viernes alzando nuestra voz?
Podemos resumir el amargo sabor de boca que nos deja esta COP25 en estos puntos:
- Escepticismo. La reunión con ministros y ministras fue muy positiva; es un diálogo que debimos tener hace tiempo, por lo que llegados a este punto solo esperamos que se empiece a responder a demandas concretas. Salimos de la COP con una sensación de escepticismo, y de desconfianza, pero con ilusión y energía para seguir defendiendo el planeta.
- Participación. Una de las demandas principales que los y las jóvenes hemos hecho ha sido que se abran las puertas de las instituciones, que los que estamos en la calle tengamos voz a la hora de abordar políticas públicas. Hicimos alusiones directas a la ministra para la Transición Ecológica en funciones, Teresa Ribera, y a su Ministerio, pero también a las políticas climáticas que nadie puede pagar, y menos los jóvenes, como puede ser el transporte.
- Coherencia y verdad. Queremos que se cuente la verdad; nos parece incoherente que en la COP25 muchos fueran con una mentalidad inversionista (greenwashing), queriendo lavar su imagen, cuando realmente vivimos una crisis climática. De esto no puede sacar beneficio nadie, es una emergencia.
- La calle es protagonista. No podemos olvidar todas las protestas callejeras, se han hecho infinidad de actos. La Cumbre Social del Clima en la Universidad Complutense se ha organizado en poco tiempo y con pocos recursos, y, sin embargo, ha conseguido una alta calidad. Tampoco podemos dejar de hablar de la Marcha por el Clima convocada el día 6. La verdadera cumbre estas dos semanas ha estado en la calle.
La COP25 para María Laín: movimiento ciudadano ecologista
"¿COP? ¿Y eso qué es?" Hasta hace un año, yo tampoco sabía a qué se referían esas siglas. Me parecían parte de aquel "lejano mundo de la política", en el que todo se encripta de modo que solo unos cuantos entendidos pueden comprender lo que se dice.
Pero, al final descubrí que, tras el enrevesado nombre de la COP no se esconde sino una reunión a lo grande, en la que 196 países se juntan cada año en una ciudad del mundo para debatir e intentar hacer frente al cambio climático. Imagínate que un día decides montar una fiesta en casa e invitas a 195 personas, cada una de un país distinto, con la intención de resolver el problema de la crisis climática. E imagínate que cada una de esas personas tiene gustos e ideas diferentes y, además, que todas quieren ser las mejores vestidas y las que más éxito tengan en la vida.
Más o menos eso es una COP. Simplificando, las personas invitadas a esta fiesta son políticos, y sus vestidos y su éxito, que tanto desean, es la economía de sus países. Sin embargo, estos invitados saben que su éxito depende, no solo de su economía, sino también de tomar decisiones que complazcan a los ciudadanos.
Y aquí está el punto crucial: nunca antes se había celebrado una COP con una atmósfera tan cargada de movimiento ciudadano ecologista como la de este año. Nunca antes 7 millones de personas habían salido a las calles para exigir a los políticos que tomen decisiones reales para evitar la catástrofe climática. Por este motivo, esta COP –la vigesimoquinta edición de esta “fiesta” anual– ha levantado tantas expectativas.
En cuanto a mí, os preguntaréis cómo he llegado a esta COP25. En resumen, gracias a mi labor como activista durante el año 2019, la ONU me invitó a la Cumbre de la Juventud sobre el Clima que tuvo lugar en Nueva York el pasado septiembre. A raíz de esto, UNICEF me contactó para asistir como joven activista climática a la COP25. Así es como obtuve acceso a la llamada “Zona Azul”, una zona restringida en la que se llevan a cabo las reuniones de Alto Nivel, así como las negociaciones necesarias para concretar políticas a nivel internacional.
Durante la COP tienen lugar muchas actividades y conferencias simultáneas, por lo que es importante elegir aquellos paneles a los que asistir. En mi caso, me enfoqué, por un lado, en aquellos relacionados con la Amazonia y los pueblos indígenas y, por otro, en los que participaran jóvenes. De estos últimos, especialmente me gustó el evento We Dare, en el que seis jóvenes de distintas procedencias hablaron directamente con los ministros de sus países, les plantearon sus preocupaciones y les urgieron a actuar.
Se me grabó la intervención de una joven noruega de 15 años, que comentaba la incoherencia de su país en relación a la crisis climática: por un lado, planean hacer subvenciones altísimas para apostar por la sostenibilidad y, por otro lado, siguen buscando mercados de petróleo.
También asistí a varias reuniones de altos cargos políticos que tenían lugar en las salas plenarias. Al principio me impresionaron las dimensiones de la sala, en la que los ponentes parecían cabezas de alfiler subidas al escenario a lo lejos, y cuya imagen se amplificaba en cuatro pantallas inmensas. Gracias a la traducción simultánea pude escuchar el discurso de ministros rusos, marroquíes, guineanos y armenios. Me gustó especialmente el del ministro de Desarrollo Sostenible de Belice, Omar Figueroa, quien dejó clara la urgente necesidad de actuar y colaborar para frenar esta crisis.
Sin embargo, necesitamos algo más que buenas intenciones y palabras. Necesitamos una voluntad política mucho más fuerte de la que hasta ahora se ha tenido para poner límites a las emisiones. Al ritmo que llevamos, en 8 años habremos emitido suficiente CO2 como para que la Tierra aumente su temperatura más de 1,5º por encima de los niveles preindustriales, con las consecuencias desastrosas que esto conlleva.
Para mí ha sido un privilegio participar en este evento crucial para nuestro futuro y, gracias a esta experiencia, he aprendido y generado pensamiento crítico. Más allá de los (muy necesarios) acuerdos políticos que se alcancen en esta Cumbre, creo que cada uno de nosotros, a nivel individual, tiene el deber de dejar a un lado los prejuicios, tomarse en serio esta crisis y actuar en consecuencia. Muchos de nuestros Derechos Humanos dependen de ello.